Pero a veces ocurre algo que me sorprende. Ayer caminaba tranquilamente por la Rúa Nova (no importa por qué) y a media altura me encontré con uno de esos músicos, guarecido bajo un soportal. Lo hacía bien. Le daba un toque de color a la Zona Vieja. De repente, se le acerca un niño, que no tendría más de cuatro años. Rasguea tímidamente las cuerdas de la guitarra y el guitarrista anónimo deja de tocar. Juega con los dedos de su mano izquierda y le dice al niño que toque él. Cuando el chaval acaricia las cuerdas suena un acorde. El músico vuelve a cambiar sus dedos y el niño vuelve a tocar. Otro acorde más, seguido de otro y otro. Suena una melodía sencilla. El chaval se está divirtiendo. Piensa hey! esto mola!. Al rato le llama su padre y se va.
El músico vuelve a su canción y la normalidad se reestablece. Aquí no ha pasado nada.
No recuerdo la última vez que dejé unas monedas a un músico callejero. ¿O quizás si?